lunes, 28 de diciembre de 2009

En Navihdad
Por Santiago Gómez

Escuché a un hombre preferir la muerte, entregarse a ella, antes que reconocer delante de su familia su HIV.
Hasta el cáncer dejaba llegar, mostrando que no era el fondo, sino un paredón. Que había más.
Se trataba en quimioterapia y el día anterior a noche buena volvió a su casa con jarabe de morfina para brindar. Permitió ser visitado, cuando ya estaba muy mal. No pudo levantarse a abrirnos la puerta. Para su sed, nos pidió que le sirviéramos el agua en jeringa. Nunca había servido morfina.
El 107 con una gran racionalidad que compartí, me decía que lo llevara mañana al hospital, los accidentes de tránsito en Mar del Plata eran muchos en navidad. Repetía lo mismo que por la mañana me habían dicho en el hospital, que sin servicio de oncología, lo lleváramos el sábado. Como ya sabemos cómo es la calidad hospitalaria del sistema de salud provincial, consultamos primero sin "el paciente", para no hacerle comer horas en una guardia.
En la mesa de lxs solxs, donde estaban sus amigxs, entre cafés y cerveza, ví que el cáncer era un paredón. Toma medicación para HIV, dijo, y corroborarlo lo creí su salvación. En esa mesa estaban sus lazos. La que le curaba la herida todos los días, y no era de un servicio de salud estatal, los que lo alentaban para que se recupere, los que creían que tenía sólo cáncer, y le decían que dejara el taxi hasta curarse. Pero él necesitaba comer. La red donde se apoyaba.
Nos alertó preguntándonos si no tenía fiebre. Subió la fiebre. El hermano intentaba bajársela con paños fríos, mientras yo ordenaba y leía los estudios médicos. Antirretrovirales decía la hoja. SIDA mi conclusión. Llevaba meses sin poder curarse la infección del cuello, que al momento ya se había acomodado por toda su espalda. Llamé a una amiga médica desde la calle y me dijo que ya estaba llegando tarde al hospital. Subí y el departamento fue urgencia. Hasta ese momento, nunca supe lo que es realmente correr. Ante los intentos por levantarlo, anteponía excusas para evitar el calor hospitalario. Le pedía por favor que se levante, porque podía morirse ahí y él lo sabía. Eso creía. Vos sabés que como estás fiebre es urgencia y me pediá, aún, que al hospital no lo llevara. Sabiendo que sabía lo que entre tantas otras cosas corría por su sangre, y no porque corriera sino porque en esa situación el riesgo que implicaba, no quería ser atendido. Prefería arriesgarse a morir, que reconocer que cierto virus vivía en su cuerpo.
Ante las brutales preguntas de la doctora, donde no pareció preocuparle si yo sabía de la enfermedad que tenía y de la privacidad que dicha información implica, él se hacía el que no escuchaba. Sí, es HIV +, ¿Qué dijo Santi la Doctora, que no la entendí?. Me alejé cuando avanzaron para limpiarle la herida, porque esas cosas me impresionan. Usted es grande para tomar decisiones, le preguntamos a su familiar qué le parece, Dice que no se quiere quedar internado, Paciente con quimioterapia y fiebre es urgencia ¿Usted le va a dar el alta?, Pero no se quiere quedar, Santi estoy mejor, mirá, vos ves que tengo otra cara, estoy de mejor ánimo, Se queda internado, así no podés volver a tu casa, Pero estoy mejor, Si volvés a tu casa te podés morir (nunca había conjugado con tanta certeza esa frase), No seas exagerado Santi, Sabés que sí. Ahí aflojó. Preguntó a la doctora qué le iban a hacer, Te lo debieron haber hecho varias veces, No nunca. Mientras le sacaban sangre, el sacaba cualquier tema para evitar cualquier pregunta mía. Creía que iba a hablar de lo que él no quería. Jamás lo hubiera hecho.
La internación fue intervención quirúrgica de urgencia a las doce horas, concluyó en que sólo quedaba tiempo para despedirse. El cartel de la habitación a la que lo llevaron hasta que muera, me preguntaba si me había lavado las manos antes de entrar. Se reía tranquila la cucaracha. Anoche murió.

El dolor y el espanto me empujan a escribir, para poder exorcisarme un poco de ellos. El no registro del otro con el que conviven día a día la mayoría de los habitantes, se vuelve, en casos como este, insoportables. Lo cual lleva a que, por esos que no tienen conciencia de las consecuencias de sus actos cuando ocupan cargos estatales, tengamos Estados en este estado.
Esta historia, una más entre tantas, refleja que las cosas están mal. Que el ocultamiento al que los tabues sociales lo empujaron lo condenó. Escuché a sus amigos preguntar dónde se lo habrá agarrado. Porque esta sociedad te condena según el grado de responsabilidad que ella considere a la hora del contagio. Las opciones son, no tuviste nada que ver, donde entra la transfusión, o algo habrás hecho. Y de ahí comen varios. Esta sociedad te sirve la mesa con comida podrida, comés y después te empuja a morir por haberlo hecho. ¿Quién no se expuso a un contagio alguna vez? Y si te lo contagiaste de tu pareja estable, entrás dentro de la categoría de los que no tuvieron nada que ver, porque cómo no vas a confiar en tu pareja. Como en todas las situaciones, siempre se buscan culpables. Obligan a los inocentes a condenarse culpables. Porque si algo hicieron: culpables.
Celebro, reivindico y promuevo que los seres queridos estén cuidando a sus afectos como primera opción. Porque el Estado tiene que ofrecer otra. Debe garantizar que aquellos hombres, como el que tuvo la capacidad para romperme el corazón, literalmente, pidiéndome que no lo interne cuando se moría, haciendo volteretas en las que tropezaba una y otra vez para no reconocer su HIV, tengan una asistencia domiciliaria, a una enfermera que le limpie la herida, que informe que en esas condiciones ambientales un hombre con ese grado de riesgo, no puede vivir. Alguien que garantice una visita para que no tenga por qué morir sólo y en esas condiciones. Alguien que hubiera levantado el diente que se le cayó en el baño, y no que tenga que encontrarlo su hermano, a quien le había dicho que un robo le había bajado los dientes. La condena social le sacó los dientes, como a tantos otros. Los marginados. Esas son las reales consecuencia cuando quedaste del otro lado de la raya. El hombre sentía vergüenza.
Define la RAE vergüenza: Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.
¿Cuál era la falta cometida? Supe cuál fue la condena a una falta que nunca existió.

Mientras esta sociedad siga produciendo estigmas que lleven a un hombre a preferir la muerte por el temor a la segregación a las que estas producciones empujan, se necesitarán a muchos para empujar a transformarla. Y mientras tanto, interpelar una y otra vez a los que repiten la lógica de la segregación sin saberlo y a los que quedaron del otro lado de la raya, mostrarles que nosotros ponemos otra donde estamos los que no queremos dejar a alguien afuera.. Y pueden contarle esta historia como ejemplo. Se los pido.