viernes, 17 de febrero de 2012

¿Estamos tan locos que necesitamos los manicomios?


Comparto una nota publicada en 1990 por Eugenio Raúl Zaffaroni, en la revista Desbordar, que transcribí del original.

¿Estamos tan locos que necesitamos los manicomios?
por Raúl Zaffaroni.

Una campaña antimanicomial, como cualquier emprendimiento que llame la atención sobre los derechos de personas consideradas "diferentes", no puede dejar de trazarse una táctica y, como primer requisito, analizar las dificultades que debe vencer. Esto requiere sinceridad, porque es la primera clave del éxito. Cualquier condescendencia consigo mismo, que lleve a pasar por alto dificultades, en definitiva es negativa para las personas por cuyos derechos se lucha.
Defender lo diferente, en este momento de la sociedad argentina, es particularmente difícil. Existe un alto grado de anomia, las reglas del juego parecen cambiadas y amplios sectores de la población no entienden las nuevas o bien, no hay reglas. La destrucción del aparato productivo y la falta de proyecto convocante provocan una sensación de debilitamiento de la comunidad. Los mensajes violentos, cortos, irracionales, pegan rápidamente cuando se proporciona un "chivo expiatorio", más por la necesidad de encontrar símbolos aglutinantes que por desencadenar una violencia efectiva, aunque corren peligro de desencadenarla. La televisión parece ser el principal agente de producción de esos mensajes. Ello obedece a que son breves, muy directos y por su vía emocional no requieren reflexión.
Lo diferente, sea lo que fuere, causa temor. Por otra parte, lo diferente rompe la "normalidad", porque puede plantear cuestiones a las que el ritualismo burocrático no sabe cómo responder. Se vuelve molesto para los controladores sociales y temible para casi todos, que se refugian en lo homogéneo, que da la seguridad de lo que se supone conocido y la previsibilidad de sus respuestas.
Si aunamos ambas consideraciones veremos que el primer riesgo que se corre es de que ambos factores coincidan negativamente y se produzca una identificación de lo diferente como chivo expiatorio del mensaje violento, favorecido por el temor y la molestia que genera. Esto puede conspirar contra el éxito de la campaña y, eventualmente, aunque la posibilidad es más lejana, generar violencia contra las personas que ven hoy afectados sus Derechos Humanos en los manicomios. En estas emergencias, las tendencias conservadoras no se definen por su simpatía por modelos o valores más o menos tradicionales, sino por su temor irracional ante todo lo diferente y por su afán homogenizador, es decir, que no se trata de "conservadorismo" sino directamente de autoritarismos igualador hacia abajo en cuanto a uso de las facultades críticas. No se trata, pues, de vérselas con un conservadorismo ideológico, más o menos discutible o razonable, sino con un conservadorismo policial, no porque lo ejerza la policía, sino porque la policización se generaliza, degradándose cada persona a policía de su prójimo, delatándolo por sus diferencias. Es el ataque más radical al derecho a la igualdad que presupone las diferencias.
Esto no debe detener una campaña, pero sí debe alertar sobre el peligro e impulsar a la búsqueda del modo de obviarlo.
Si el campo fértil de la resistencia es el temor a lo desconocido por diferente, lo primero será que lo diferente deje de ser desconocido. Lo desconocido no permanece en blanco en la construcción de la realidad, sino que se rellena con estereotipos. Lo primero, pues, será destruir los estereotipos, volver conocido lo desconocido, desbaratar los prejuicios y para ello es inevitablemente necesario valerse también de mensajes cortos y emocionales, aunque en este caso sean de contenido pacífico, de connivencia y no de odio. No se debe caer en el error de creer que el mensaje reflexivo y que apela a lo intelectual puede desmontar el estereotipo de lo diferente. A nivel individual y con personas dispuestas a hacerlo, por supuesto que ello sucedería, pero a nivel masivo y con operadores dispuestos a destruir todo lo racional, no es posible. Sólo muy lentamente se conseguirá lo contrario y como tarea más general y de todos. De momento y puntualmente, sería estrellarse contra un muro. No hay otro camino que mostrar lo desconocido y restregar sin piedad por el rostro de los profetas del odio, las injusticias, el dolor, las torturas, la muerte y, pese a todo, la respuesta de convivencia. Recién cuando se venzan los miedos podrán venir los discursos más reflexivos.
Esto haría perder el temor, que es el principal ingrediente de un posible rechazo, pero, por cierto que no hará que lo diferente siga siendo diferente y, por lo tanto, molesto. De allí que continuará vigente el otro de los factores de riesgo. Con ese habrá que vérselas en forma continua,  porque ya no depende de la táctica de la campaña sino de factores más amplios. No me cabe duda que una sociedad en la que lo diferente resulte molesto por lo imprevisible y que, ante esta posibilidad, prefiera policizarse contra lo diferente, tiende a mantener a las personas en un anónimo campo de inautenticidad muy potencializador de la angustia, en que las elecciones no son tales, sino fracasos "manieristas" de tentativas de autenticidad, brazadas de quién cuanto más se mueve más se hunde en el pantano pero, como siempre, a la larga, la profundidad de la angustia mueve a la autenticidad. No hay suicidios continentales, aunque haya fenómenos masivos de retraimiento de la razón. Pero esta es una realidad que los desmanicomializados tendrán que enfrentar, simplemente porque "afuera" también pasan estas cosas y, precisamente porque pasan, ellos están dentro ahora, porque de ese modo los de afuera reafirman su propia imagen de racionalidad. Por eso es difícil abrir las puertas del manicomio, porque sus muros no garantizan a los de fuera que somos "sanos" y "normales" y, sobretodo, "racionales". Más necesitamos mirar esos muros cuando la mala conciencia nos dice que no lo somos tanto o nos crea la duda. Nunca mayor es el maniqueísmo que en el momento de la duda profunda y lacerante. Esto también debemos tenerlo en cuenta y la única táctica es apelar a la profundización de la duda de los de fuera, hasta generar la afirmación por negación: no podemos estar tan locos como para necesitar esos muros.
Publicado en Revista Desbordar. Nº1. Noviembre de 1990. Taller de periodismo – Frente Artistas del Borda. Original aquí

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