Comparto una nota publicada en 1990 por Eugenio Raúl Zaffaroni, en la revista Desbordar, que transcribí del original.
¿Estamos tan locos que necesitamos los manicomios?
por Raúl Zaffaroni.
Una campaña antimanicomial, como cualquier
emprendimiento que llame la atención sobre los derechos de personas
consideradas "diferentes", no puede dejar de trazarse una táctica y,
como primer requisito, analizar las dificultades que debe vencer. Esto requiere
sinceridad, porque es la primera clave del éxito. Cualquier condescendencia
consigo mismo, que lleve a pasar por alto dificultades, en definitiva es
negativa para las personas por cuyos derechos se lucha.
Defender lo diferente, en este momento de
la sociedad argentina, es particularmente difícil. Existe un alto grado de
anomia, las reglas del juego parecen cambiadas y amplios sectores de la
población no entienden las nuevas o bien, no hay reglas. La destrucción del
aparato productivo y la falta de proyecto convocante provocan una sensación de
debilitamiento de la comunidad. Los mensajes violentos, cortos, irracionales,
pegan rápidamente cuando se proporciona un "chivo expiatorio", más
por la necesidad de encontrar símbolos aglutinantes que por desencadenar una
violencia efectiva, aunque corren peligro de desencadenarla. La televisión
parece ser el principal agente de producción de esos mensajes. Ello obedece a
que son breves, muy directos y por su vía emocional no requieren reflexión.
Lo diferente, sea lo que fuere, causa
temor. Por otra parte, lo diferente rompe la "normalidad", porque
puede plantear cuestiones a las que el ritualismo burocrático no sabe cómo
responder. Se vuelve molesto para los controladores sociales y temible para
casi todos, que se refugian en lo homogéneo, que da la seguridad de lo que se
supone conocido y la previsibilidad de sus respuestas.
Si aunamos ambas consideraciones veremos
que el primer riesgo que se corre es de que ambos factores coincidan
negativamente y se produzca una identificación de lo diferente como chivo
expiatorio del mensaje violento, favorecido por el temor y la molestia que
genera. Esto puede conspirar contra el éxito de la campaña y, eventualmente,
aunque la posibilidad es más lejana, generar violencia contra las personas que
ven hoy afectados sus Derechos Humanos en los manicomios. En estas emergencias,
las tendencias conservadoras no se definen por su simpatía por modelos o
valores más o menos tradicionales, sino por su temor irracional ante todo lo
diferente y por su afán homogenizador, es decir, que no se trata de
"conservadorismo" sino directamente de autoritarismos igualador hacia
abajo en cuanto a uso de las facultades críticas. No se trata, pues, de
vérselas con un conservadorismo ideológico, más o menos discutible o razonable,
sino con un conservadorismo policial, no porque lo ejerza la policía, sino
porque la policización se generaliza, degradándose cada persona a policía de su
prójimo, delatándolo por sus diferencias. Es el ataque más radical al derecho a
la igualdad que presupone las diferencias.
Esto no debe detener una campaña, pero sí
debe alertar sobre el peligro e impulsar a la búsqueda del modo de obviarlo.
Si el campo fértil de la resistencia es el
temor a lo desconocido por diferente, lo primero será que lo diferente deje de
ser desconocido. Lo desconocido no permanece en blanco en la construcción de la
realidad, sino que se rellena con estereotipos. Lo primero, pues, será destruir
los estereotipos, volver conocido lo desconocido, desbaratar los prejuicios y
para ello es inevitablemente necesario valerse también de mensajes cortos y
emocionales, aunque en este caso sean de contenido pacífico, de connivencia y
no de odio. No se debe caer en el error de creer que el mensaje reflexivo y que
apela a lo intelectual puede desmontar el estereotipo de lo diferente. A nivel
individual y con personas dispuestas a hacerlo, por supuesto que ello
sucedería, pero a nivel masivo y con operadores dispuestos a destruir todo lo
racional, no es posible. Sólo muy lentamente se conseguirá lo contrario y como
tarea más general y de todos. De momento y puntualmente, sería estrellarse
contra un muro. No hay otro camino que mostrar lo desconocido y restregar sin
piedad por el rostro de los profetas del odio, las injusticias, el dolor, las torturas,
la muerte y, pese a todo, la respuesta de convivencia. Recién cuando se venzan
los miedos podrán venir los discursos más reflexivos.
Esto haría perder el temor, que es el
principal ingrediente de un posible rechazo, pero, por cierto que no hará que
lo diferente siga siendo diferente y, por lo tanto, molesto. De allí que
continuará vigente el otro de los factores de riesgo. Con ese habrá que
vérselas en forma continua, porque ya no
depende de la táctica de la campaña sino de factores más amplios. No me cabe
duda que una sociedad en la que lo diferente resulte molesto por lo
imprevisible y que, ante esta posibilidad, prefiera policizarse contra lo
diferente, tiende a mantener a las personas en un anónimo campo de
inautenticidad muy potencializador de la angustia, en que las elecciones no son
tales, sino fracasos "manieristas" de tentativas de autenticidad,
brazadas de quién cuanto más se mueve más se hunde en el pantano pero, como
siempre, a la larga, la profundidad de la angustia mueve a la autenticidad. No
hay suicidios continentales, aunque haya fenómenos masivos de retraimiento de
la razón. Pero esta es una realidad que los desmanicomializados tendrán que
enfrentar, simplemente porque "afuera" también pasan estas cosas y,
precisamente porque pasan, ellos están dentro ahora, porque de ese modo los de
afuera reafirman su propia imagen de racionalidad. Por eso es difícil abrir las
puertas del manicomio, porque sus muros no garantizan a los de fuera que somos
"sanos" y "normales" y, sobretodo, "racionales".
Más necesitamos mirar esos muros cuando la mala conciencia nos dice que no lo
somos tanto o nos crea la duda. Nunca mayor es el maniqueísmo que en el momento
de la duda profunda y lacerante. Esto también debemos tenerlo en cuenta y la
única táctica es apelar a la profundización de la duda de los de fuera, hasta
generar la afirmación por negación: no podemos estar tan locos como para
necesitar esos muros.
Publicado en Revista Desbordar. Nº1.
Noviembre de 1990. Taller de periodismo – Frente Artistas del Borda. Original aquí
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